lunes, 9 de septiembre de 2013

Chacra mixta y sociedad

  Una nación no se construye poniendo, sacando o desplazando gente de arriba de su territorio, de cualquier lugar y forma, sin plan, ni rumbo, todo librado al capricho -siempre desmesurado- del insaciable liberalismo de mercado. Una Nación es territorio más sociedad, y sociedad no es la suma individual de personas, una más otra y otra, y  el total da “una sociedad”. ¡NO! Una sociedad es, aparte de sumar personas, el conjunto de: personas más territorio, historia en común, modos de producción y relaciones de poder. Todo, con y en conflicto, no hay sociedad sin disputa, puede y debe, haber consensos parciales, ya sean temporales o permanentes, de dos o más clase o sectores sociales, de intereses concomitantes, y  sobre la base de esos  intereses comunes, respetados por el conjunto  o impuestos al conjunto; ya sea por el peso del poder económico, o del número que otorga  el  voto, que no siempre  significa poder, aunque signifique gobierno. Pero semejante proceso siempre parte del conflicto, la armonía social sin conflicto es un cuento rosa, recitado por las clases dominantes para estabilizar las relaciones de producción, en un punto dominante que garantice -esencialmente-  sus tasas  de ganancias, con paz social. La armonía, el no conflicto, el consenso, todo cuento, una  falacia que  traducida al lenguaje callejero, vendría a ser  algo así como dejarte meter siempre la mano en  el bolsillo, en beneficio de los mismos y por los mismo, sin quejarte, ni luchar. ¿O acaso cuando el ex subsecretario de economía agraria de Cavallo, Jorge Ingaramo, dijo que en la Argentina debían desaparecer 200.000 chacras mixtas, para restructurar el agro argentino, al servicio de los grupos concentrados, lo pensó y lo diseño sobre la base del consenso y el dialogo, o porque tenía razonabilidad, lo impuso a “sangre y fuego”, lo comunicó, lo informó y lo ejecutó, gracias al poder que le daba, la  confluencia de los factores económicos dominantes,  con los  votos como fue la nefasta etapa de la convertibilidad menemista?  Así sí,… si dejas que te saquen  guita y poder, si sos un auténtico gil al servicio de los grupos dominantes, hay armonía. Los neoliberales llaman a eso consenso social. A que puedan saquearte con el beneplácito del saqueado. Ahí sí,  tendrás  espacio en los medios de comunicación, te colmaran de loas, que buen chacarero, te verán lindo, dirán que  simpático es el gringuito y hasta podrás ser candidato de algún partido que “entienda al campo”... Ah, ah, atención, y no menor;  ni que se te ocurra dividir la Mesa de Enlace o plantear una política autónoma de defensa de los chacareros, o segmentar la retenciones, nada de eso, ni por asomo, aunque lo pienses. Entonces sí, una vez  pasada esa prueba de cipayismo  extremo, mereces una breve caricia, del poder económico y mediático, pero y donde-además- siempre,  rendirás examen, programa tras programa, diciendo lo que quieren escuchar, en contra de los intereses que representas. Si no, dejarás de ser invitado, y se te cerrará el mágico mundo de la TV, que se leva ser, son las reglas del sistema, así de dura es la vida del cipayo rural. Si no, sos un conflictivo, intolerante, agresivo, zurdo, maloliente, que te vendiste al K y  que no entendés que tenés que tirar para el mismo lado y el mismo carro del que te está desplazando productivamente. Debes ser un buen amigo de tu saqueador, y mal representar a los que te eligieron, porque si no, le hacés el juego al gobierno, y no sé cuántas anatemas más. Lo triste es que han sido muy eficaces, y lograron construir  una estrategia exitosa: reclutaron dirigentes, periodistas  y pequeños productores funcionales, que les  sirven como tropa de choque de los mismos intereses que después les sacan los campos. Consiguieron confundir tanto y direccionar el discurso en su favor, que  se confunde  el consenso con sectores afines, con la no adecuada defensa de los propios intereses que representamos, en este caso los de la pequeña y mediana burguesía rural chacarera. Estrategia, por otro lado, que no es nueva de parte del neoliberalismo. Hace tiempo que machaca con los mismos infantiles latiguillos, cuentos fantásticos, que los voceros mediáticos elevaron a la categoría de verdad revelada, con los  que han  logrado aflojar las defensas ideológicas de importantes sectores de nuestra burguesía media rural y urbana. Y así  fue como fuimos concediendo sin cesar, año tras año,  con esporádica lucha y poco espíritu de conjunto, terminamos con 200.000 explotaciones menos. Desde la democracia para acá -sin que la sociedad lo percatara, casi en sigilo-, se cambió el sujeto agrario chacarero por el mega productor concentrado al servicio del modelo de monocultivo inducido con concentración de tierras y rentas, en formas casi subrepticia, sin debate, ni plan, en silencio; con las secuelas de migraciones internas, relocalizaciones, vaciamiento del interior y posiciones monopólicas  en la producción de alimentos básicos, que nos perjudican a todos, pero especialmente a los sectores populares.
 La sociedad es un  globo imaginario que contiene el todo, y es donde se dan y desarrollan alianzas y conflicto, cuyo primer debate es por lo que se produce, cómo y quiénes se lo apropian y se reparten entre las distintas clases sociales .Las relaciones de los hombres entre sí, de éstos con la naturaleza, apartes de complejas, multiformes,  siempre son de disputas y poder, quien no defiende lo suyo, lo deja librado a que se lo lleve el otro, estos es inexorable: sector o clase,  que no logra reunir fuerza y apoyo social, ya sea por  cuenta  propia, por alianza con otros sectores afines o complementarios o por sentido común productivo -valorado por el conjunto como necesario para la supervivencia de todos-, pierde peso e influencia en la sociedad; que por acción u omisión la va desplazando y generando su reemplazo, social, económico y productivo . Esa pérdida de influencia conduce inexorablemente  a disminuir la participación en la torta productiva y por ende, se deja  de influir en el rumbo y destino de la nación.  El declive de la chacra mixta y el chacarero, tiene que ver con este proceso social, con la  lucha que no dimos, con la intensidad adecuada que no fuimos capaces de tener, con la ductilidad necesaria para tan difícil contingencia, que nos venía impuesta de afuera, con la ayuda y complicidades de adentro. Tanto por el sector y las organizaciones gremiales que nos representan, como por los partidos políticas populares, que debían defender el interés nacional y dejaron todo librado al azar del mercado; la falta de un proyecto nacional, inclusivo, y progresista, que enfrente al neoliberalismo, se notó mucho, y facilitó, permitió que los sectores financieros y concentrados nacionales o extranjeros, que penetraron la agricultura fueran captando porciones de poder  cada vez mayores e influenciaran al conjunto de la sociedad con la ayuda interesada, cuantiosa y decisiva, tanto en lo monetario,  como en lo ideológico. Desde los suplementos especializados de  los  grandes medios gráficos, radiales o televisivos, hicieron un trabajo fantástico en la cabeza hueca de ideas nacionales de la dirigencia política, gremial, y empresaria del país. Militando y batallando sobre las presuntas e inverificables bondades de la agricultura de rapiña, extractivista, sin rostro, en detrimento de la chacra mixta  tradicional. La chacra mixta no fue desplazada por obsolescencia productiva, sino como fruto de una decisión política de dejar actuar a las fuerzas del mercado con absoluta libertad; así fue como, mansamente, con poca resistencia -salvo un sector, sólo un sector de la FAA  que se opuso- se fueron más de 200.000 explotaciones, todas mixtas. La agricultura le arrebató a la ganadería 11.000.000 de hectáreas, se deforestaron 2.000.000 de bosque nativo, y Argentina se sojizó, en silencio, casi en forma imperceptible. Fueron pocas y débiles, las voces que se alzaron para oponerse a este despropósito productivo, ambiental y económico; todo se hizo y hace, en nombre del progreso y la eficiencia productiva que trajo la introducción del capital financiero en la agricultura, más el desarrollo científico técnico, sin debate político, ni proyecto nacional. La sojización, la concentración de tierras y rentas, fue la consecuencia.

 Ya no se necesitó un golpe de Estado o dictadura para desplazar chacareros de la ejecución  protagónica del trabajo y la producción  agrícola, como fue la Ley Raggio de la dictadura de Ongania, que desalojo a 25.000 arrendatarios,  o el desmonte jurídico de la legislación protectiva, más represión indiscriminada, que hizo el Proceso. Ahora  alcanzaba con colonizar la cabeza hueca de ideas nacionales, de una dirigencia política, que pensaba sólo en términos de volúmenes, sin ningún tipo de plan, ni concepción estratégica  y que  nunca vio, ni conoció, ni entendió a la agricultura chacarera, a la chacra mixta y sus protagonistas, en toda su real  magnitud, como una parte a proteger, que brindaba invalorables servicio, ocupando geopolíticamente el país, evitando la concentración económica, sirviendo a la soberanía y seguridad alimentaria de la nación. Es la nuestra  una sociedad que se deslumbrada por los espejitos de colores, que les vendían los mismos que la saqueaban, una sociedad cuyo sector rural diversificado y de rostro humano cumplía un rol extraordinario, no sólo produciendo, sino también conteniendo y ocupando el territorio de una manera más armónica que la agricultura buitre que la viene a sustituir. Pero nada servía, parecía que todo lo hacíamos mal, y no era así. Nosotros mismos estábamos siempre mirando para el lado equivocado, y  así fue como entregamos 100 años de colonización agraria incompleta, pero colonización al fin. Era lo que había, lo que pudimos crear con mucho esfuerzo y sacrificio, y cumplía un rol por demás de positivo, más ella de sus limitaciones o deficiencias.  El chacarero fue, y es también, muy responsable de ese proceso, no toda la culpa por poner a la chacra mixta al borde de la desaparición, es ajena. La realidad es que no pudimos  articular, ni elaborar alguna alianza exitosa, extra sector, ni incorporar la lucha gremial y política como un instrumento más de nuestra vida cotidiana. Esto era tan importante como el tractor, para no desaparecer: tener una organización gremial clara y  fuerte,  ser parte de un proyecto de país, ayudar a construirlo, poner al libre mercado y a sus apologistas lo más lejos posible del gobierno y del poder. No pudimos, no supimos, o no nos  dejaron. Hubo de todo un poco. Pero debemos seguir. Como decíamos al comienzo una nación es territorio más historia, más gente, no se la vamos a dejar al monocultivo y la concentración, no hay territorio, ni nación, sin chacra y chacarero que ocupe territorialmente nuestro país. No nos sacarán, la tierra es de todos, nuestra también y al servicio de la nación, la soberanía y seguridad  alimentaria de nuestro pueblo. No para que un puñado de concentrados multiplique sus ganancias, sin responsabilidad social, pretendiendo hacernos creer –encima-, que se hacen millonarios como un deber patriótico, y mientras nos sacan de nuestros lugares, quedándose con los campos que trabajábamos nosotros, nos hablan de conceso y unidad… ¡con nuestros verdugos! Increíble, de no creer. No seamos idiotas, ni funcionales. Hay que ser muy tonto, para comprar tamaña mentira. Pero está lleno de gringos que la han compran sin más, tal vez esa sea nuestra mayor debilidad. Como decía Jauretche, “la culpa no es del de afuera que invade, si no del de adentro que entrega”….por eso no hay peor enemigo que el traidor. Y  los chacareros y la chacra mixta, tuvieron y tienen,  muchos traidores, que le abrieron la puerta al monocultivo, a la concentración y ese proceso empezó por la cabeza de cada uno, por la exacerbación del individualismo, la falta de conciencia de los intereses propios, que nos condujo a una errónea orientación ideológica y a una mala política de alianza, que nos  llevó a dormir con el enemigo, en forma permanente. Debemos tener muy claro, por último, que: razón sin fuerza es como un tractor sin motor.


Salud y cosechas
Pedro Peretti

viernes, 6 de septiembre de 2013

Divagaciones sobre volumen y tamaño... En la actividad agropecuaria (parte 4)


Sentido común productivo


  Nosotros nos inclinamos por lo que denominamos SENTIDO COMUN PRODUCTIVO. ¿Qué significa esto? Que la unidad de mediada está dada, desde nuestro punto de vista, en la combinación de satisfacer la demanda interna, que sobre lo que sea razonable  para la exportación y que permita  que la producción con productores, sea sustentable.
  El debate político -que es de toda la sociedad, no sólo del sector-, es el que debe darle el piso y el techo al  sentido común productivo, de cuánto, qué, cómo y dónde producir. Partiendo de la  base de que lo principal es la necesidad de alimentar a nuestra gente y después -cuando el estómago de los compatriotas esté lleno-, salir a   de conseguir divisas, no al revés. Compatriotas con hambre y balances exportables exitosos. La prioridad es comer, que coman todos los argentinos y después, vender afuera. Ese criterio, con ese debate, con esas prioridades, con esa fórmula de calcular lo que necesitamos, es lo que debe marcar el rumbo productivo de  cuál es el cultivo que debe desarrollarse más y cuál menos, y que llamamos: SENTIDO COMÚN PRODUCTIVO SOCIAL.  
  Otra pregunta no menor, a lo hora de desarrollar una política agraria: ¿Para quién va diseñada? ¿Para beneficio de la población, de todos, o  de las empresas trasnacionales, los grupos concentrados y sus auxiliares productivos, los mega cultivadores? ¿Cuánto pueden y deben intervenir, este tipo de compañías en el proceso? Es fundamental entender la necesidad y urgencia de  este debate, que es   también  eminentemente político. Al contrario de lo que plantean los defensores del libre mercado, que sólo ven las cosas desde su costado productivo, sin política, lo presentan como neutro, imparcial,  sin intervención de ningún tipo y orientado a producir mucho, de cualquier cosa que reclame el mercado mundial, sin atender las necesidades locales.  El Estado no debe meterse, es mal administrador y malgastador, la vida sin Estado es más “bella”. Un debate que atrasa por lo menos, dos siglos. Nosotros creemos, que es la política la que regula. Siempre es ésta para un lado o para otro, y es la que, si está al servicio de los sectores populares, que logran conducir al estado- nos hará más  libres (no el mercado) y debe conducir  las variables agropecuarias de la nación. También es sin duda, la que debe conducir  a la economía y marcar los parámetros, sobre la necesidad, que como sociedad tenemos.  Es la que nos dará la medida adecuada, cada año del volumen, que estimamos óptimo, después la naturaleza, también  decide. Como bien se dice, “la necesidad hecha conciencia, es la libertad”. Esa libertad de tener cantidad y calidad, de alimentos adecuados al alcance popular es la soberanía y seguridad alimentaria de la nación. Bien supremo -si los hay, junto a la salud y educación-  que hay que cuidar todos los días al igual que los cultivos, porque si no alguien lo toma todo,  en beneficio propio, y  habrá libertad de mercado… Sí, y éste, la única libertad que nos garantiza es la de morirnos de hambre libremente, debajo un puente, a la intemperie o donde queramos. La libertad de mercado, es la única libertad que el mercado, puede asegurar.  Las  consecuencias de la liberalidad en pos del volumen son  graves, tanto desde lo político, como desde lo social, para el conjunto. Al  impedir el libre y fácil acceso de los sectores populares a los alimentos básicos, producto de los altos precios que originan las posiciones monopólicas, incurre en la principal  y más grave restricción a la libertad  que pueda cometer un régimen o gobierno; cuya meta debería ser satisfacer adecuadamente esa necesidad -la de pensar con el estómago lleno, comer bien, en familia, todos los días-, esa es la principal libertad, la  de verdad, no la de mercado. Tener grandes volúmenes de cereal, importantes saldos exportables, no garantiza esta libertad.

  Mucho volumen, cantidad de alimentos, no significa que el pueblo viva bien o mejor. Como decía Monseñor Helder Camara, Obispo emérito de Olinda y Recife, “de qué sirve la carne si está colgada en el gancho de la carnicería y no tengo plata para comprarla”. Si  la necesidad hecha conciencia es libertad,  la mala alimentación es el equivalente a una cárcel a cielo abierto: parecemos  libre, pero no lo  estamos, es una jaula  sin barrote, que  quita la libertad de pensar libremente, y somete -aunque conserves la de deambular- sin restricciones.  El volumen debe estar determinado, y al servicio del pueblo,  eso parece sencillo, pero no lo es, debido a los tremendos intereses que se mueven detrás de los alimentos. No es fácil, aunque sea moralmente irreprochable, distribuir adecuadamente la riqueza, que no es otra cosa que el sentido común productivo.


Valor y precio más volumen y tamaño


  En la agricultura -como en la vida- no hay que confundir valor con precio. Cada una de estas variables sumadas y combinadas a, las ya vistas, volumen y tamaño; más el cómo se distribuye y reparte la renta que generan, componen el SENTIDO COMUN PRODUCTIVO CON ORIENTACION SOCIAL, que es lo central que debe definir  una política agropecuaria. Esto no es teoría, es práctica pura y disputa de intereses, de “guita”, de ver quiénes  y cómo se benefician con la producción de alimentos, sin este concepto claro y un fuerte respaldo popular, no se puede hacer política agropecuaria a favor de los sectores nacionales y populares. Sin duda, cada uno tendrá una mirada distinta según sea el lugar que ocupemos en la sociedad, compatibilizar las miradas divergentes es tarea política de los gobiernos, situación en la que -como vimos- es imposible escaparle al conflicto: hay intereses, puros y duros, de marcada divergencia, según sea el lugar que ocupemos en la escala productiva y en la  sociedad. La convergencia  y el consenso, no siempre incluye a todos, evitemos la demagogia y los facilismos, de que el dialogo lo resuelve todo y somos todos amigos -el ocupante precario, el chacarero, el pools , Monsanto, Cargill, el supermercadista  monopólico, el consumidor trabajador y el del segmento ABC1-, ese consenso no existe, no es posible, porque no hay un Estado celestial donde todos ganan y acceden a lo que quieren o se les antojas; lo que le falta a uno, lo tiene el otro, porque se apropia de un porcentaje mayor de la torta productiva. Seamos realistas y serios, si no siempre discutimos desde el lugar equivocado, los hechos son los hechos: “no son las cosas quienes confunden a los hombres, sino las opiniones sobre las cosas” (EPITECTO). Para los  gobiernos por ejemplo, el Trigo es un cultivo de valor, más que precio, al revés de los productores; porque es parte, insoslayable de la política doméstica, por ser un elemento indispensable e insustituible de la alimentación de los argentinos, y su precio impacta de lleno en el  bolsillo de los sectores populares. Siempre acá y en cualquier lugar del mundo, el precio de la harina es parte de la política doméstica, el pan tumba y pone gobiernos desde siempre, y es eje de grandes disputas y revoluciones, desde  hace 5000 años. Por lo tanto es un cultivo en el cual el valor supera al precio, de cual es indispensable construir un volumen y definir quiénes se harán cargo de hacer ese volumen, algo que también tiene que ver con la política. Esa combinación, se puede hacer para ambos lado, o a favor de los grupos concentrados, o a favor de la población; hacerla para el lado del pueblo, es lo  que llamamos sentido común productivo social.

  La soja en la Argentina es un cultivo que se exporta casi un 100% (excepto el remanente de semillas y de consumo de poroto, el resto se exporta en distintas variantes; acá para los gobiernos el precio supera al valor. Si no dan los números, hay que sembrar otra cosa, y no tiene tanta, ni tan directa  incidencia en la vida cotidiana de los argentinos, o la tendrá por otra vía, menor presupuesto, por ejemplo (pero es otro debate). El  trigo sí que la tiene, y lo hemos visto en estos días, movidos por el precio de la harina y la presunta falta de trigo para moler: debemos sí o sí sembrar, trigo, es un cultivo estratégico para la soberanía del país,  para cosechar las aproximadamente 6 millones de toneladas para el consumo interno, que depende el rinde medio deben ser –para estar tranquilos-, unos tres millones de hectáreas sembradas. Eso es lo que marca la necesidad que, según nuestro criterio, es el piso sobre el cual se edifica todo lo que viene  después, es el número al que debemos llegar aplicando el sentido común productivo social, piso obtenido a partir del debate, poniendo como eje el consumo interno y el precio del pan. Lo que sobra para exportar… si sobra, sino primero los argentinos. Ese volumen se puede obtener con miles de productores o con alguno cientos, esa es una decisión política, pues trigo se puede cultivar de las dos maneras en cuanto a asegurar lo volumétrico: con o sin productores; con un  puñado de productores integrados verticalmente con el monopolio del cultivo, la molienda, la distribución y hasta la panificación, se garantiza el volumen… o con una producción diferenciada, con miles de chacareros produciendo, en forma diversificada  y distribuidos geográficamente en todo el territorio, para evitar largos fletes, y demás gastos de logísticas.  Este debate es la madre de todas las batallas, es el nudo de la  discusión política que plateábamos, y la decisión va a marcar a fuego no sólo la política agraria, la forma de garantizar la soberanía y la seguridad alimentaria de la nación, sino la política económica del país, pues la incidencia en precios y salarios de esta decisión, no es superflua, sino todo lo contrario.  Conspira para la real percepción de este debate, el hecho de ser la Argentina,  una gran exportadora  de productos primarios y varios de ellos de la mesa diaria familiar; ese detalle, la abundancia, lo que nunca falta, por lo menos,  en las góndolas de los  súper, es el alimento físico, si  falta  en muchas casas, la plata para comprarlos. Pero la abundancia física de productos alimenticios producidos en el país, opera como un antídoto, que nos  hace reflexionar seriamente sobre cómo y quiénes   producen los alimentos, pareciera que éstos siempre estuvieron, y estarán, y que se hicieron de la misma manera y por los mismos sujetos agrarios, y no es así.  Es tal vez la causa principal que muchas veces, nos hace confundir valor con precio,  y no nos importa, o no prestamos atención al detalle de quién hace el volumen, de qué forma se lo construye, y  el tamaño de las explotaciones nos parece un asunto secundario. Son temas claves, centrales, que hacen a nuestro bienestar y a la justicia social,  y a los que debemos prestar mucha atención, tanto política como socialmente, para poder  construir  entre todos, en base a la necesidad, EL SENTIDO COMUN PRODUCTIVO y dar el debate político,  en defensa de otra agricultura, la que nos garanticé, volumen, con  distribución, salarios dignos,  diversidad productiva, sustentabilidad ambiental y rostro humano, no concentrado, en la ejecución de las labores productivas. 

Salud y cosechas
Pedro Peretti
Divagaciones  sobre volumen y tamaño… en la actividad agropecuaria (parte 3)


La medida del volumen


  Para el neoliberalismo -hay tanto en el gobierno, como en la oposición-,  o  las compañías multinacionales exportadoras de granos  -que son la misma cosa-,  el volumen se mide sólo por el saldo producido o exportable, en forma global y es un valor absoluto. El debate se da en forma exclusiva por la cantidad. Allí, asientan sus reales los defensores de que hay que producir más y más, sin que importe nada,  ni  quién, ni cómo, y generar volumen para poder exportar. Si no, no sirve. Pareciera que sin volumen exportable, el mercado interno no existe, como si fuese como un desvalor ocuparse de él. Y los argentinos debemos consumir lo que sobra, lo que no sirve o lo que no podemos vender. Si hay demanda externa, debemos restringir el consumo  y atenderla, allí el volumen se transforma en la estrella.
  Trataremos de encontrar alguna forma de medir el volumen, porque el hermano del volumen que, como vimos, es el tamaño de las explotaciones -la tierra-, es  fácil de medir. Lo difícil es que se difunda correctamente, cuánto campo tienen los latifundistas nacionales y extranjeros. Allí hay poca historia, es un lote tanto por tanto, da tantas hectáreas; lo difícil,  ya que por lo general  en Argentina la tierra está toda medida, es que esté  expresada, esa medida, en forma correcta en los catastro. Por falta de actualización dominial y/o por subdivisión artificial para eludir el pago de impuestos actuales o a venir,   saber de quién es y cruzar datos con otras explotaciones y sociedades, para llegar a un número final, con cantidad, nombre y apellido, y darlo a publicidad, para poder analizar el tamaño de las explotaciones, que tanto tiene que ver con la soberanía y seguridad alimentaria de la nación,  poder indagar sobre el origen de los fondos, con que se adquiere campo,  es casi tan difícil como escalar el Himalaya.
  Pero vayamos desgranado la cosa. Según nuestro concepto -conviene aclarar-, es sólo  nuestra verdad relativa, que sometemos gustosos  al debate. Otra cuestión muy importante que nos gusta remarcar es no confundir, productividad con volumen. Puede haber una altísima productividad y no generar un volumen estimado, conforme a lo deseado o esperado, de acuerdo a la necesidad que  fijó el país como piso a conquistar  y viceversa, puede haber volumen hecho con baja productividad. La productividad  tiene que ver con el proceso de producción, estrictamente y se transforma, una vez cosechado, en  rinde. Productividad es lo que produce una hectárea, si es esa la unidad de medida que tomamos,  y el volumen seria la suma de los rindes de lo producido (con baja o alta productividad), por todas las hectáreas sembradas del mismo cultivo, o carne. Podemos construir volúmenes y datos, con infinita cantidad de combinaciones, para todos los gustos e intereses, depende para lo que se los necesite o use, desde lo teórico o práctico, para negocios o cálculos: volumen de lo cosechado en oleaginosas, en cereales, en cultivos industriales, etc.  El gobierno nacional acaba de anunciar cosecha record 105.000.00 de toneladas (julio 2013) es el volumen total,  global de lo cosechado. ¿Es poco? ¿Es mucho? ¿Está bien medido? Es el debate que se está dando y es lo que se comunica en forma central tanto desde el oficialismo, que nos interpela diciendo: “¿crisis agraria?, ¿qué crisis? ¡Miren el volumen!”,  como desde la oposición, donde se encarnizan cuestionando los datos oficiales. Pero ni los unos, ni los otros, centran en el debate en lo más importante, que son los productores y consumidores, es decir el pueblo, los trabajadores que deben ser el eje de valor y medida de todo proceso económico. En el  liberalismo agrario, sólo importa el resultado de la ecuación final, que es la  rentabilidad. Quién lo produce, quién se la queda, qué  se produce, cómo se beneficia al pueblo…, son cuestiones que nunca se ponen sobre la mesa, parecieran ser discusiones secundarias, ociosas, interesadamente ocultadas y puestas lo más lejos posible de la difusión pública y del debate político. Y ni que hablar las cadenas de valor -hoy organizadas gremialmente-, verdaderos artífices y militantes entusiastas, de esta deformación de mostrar los cuántos, sin rostro, ni rastro.  Y acá una breve referencias sobre las cadenas de valor y sus organizaciones colaterales (ASAGIR, girasol, MAIZAR, Maíz, ACSOJA , soja, por citar las más importantes) son las verdaderas difusoras de la acción pro volumen, gremialistas del cuánto, sin gente, mirando exclusivamente el mercado externo y sin ningún tipo de contemplación por ningún otro dato. ¿Cuidar la planta? ¿Ver el mejor suelo? ¿La mejor semilla? ¿La fertilización? etc… No, todo está orientado a maximizar la producción. La estrella es el producto, no el productor, ni ningún otro componente de los que hacen al análisis agrario. En las cadenas de valor sólo se ve el producto… y nada de productores, apenas lo necesario y para servirlo. Bajo la loable inspiración de mejorar la producción y obtener mayor productividad, se encubre la tremenda concentración que este proceso propicia y  encierra, y la mirada sólo es hacia afuera, al mercado externo, se genera  para exportar. Para nosotros el  volumen y la productividad es exactamente al revés. Creemos, y está demostrado, que se pueden obtener excelentes volúmenes con productores de tamaño adecuado, que no constituyan un peligro -por tamaño y posiciones dominantes de mercado- a la soberanía y seguridad alimentaria de la nación. Y que, por el contrario, la generación de volumen, a partir de pocos productores, o prescindiendo de ellos, encierra el peligro -muy grande-, de construir verdaderos monopolios que terminan  haciendo ineficaz cualquier intento de mejorar la calidad de vida de la población, vía salario y consumo, ya que la posición  de dominio e integración vertical que se constituye, los lleva a aumentar constantemente, los precio para maximizar ganancias, con las consiguientes tensiones inflacionarias que eso acarrea y que repercuten negativamente en el bolsillo de los consumidores especialmente, en el de los sectores más humildes y los trabajadores. 


Sobre cómo medir


  En cuanto al volumen de la cosecha de productos alimenticios, todos los gobernantes que tienen puesto su corazón en el pueblo, de verdad, quieren mucha producción, reserva y alimentos baratos. Disponen de un arsenal de medidas de intervención, para proteger a productores o consumidores, según haga falta, de acuerdo a la situación específica del momento, o a su posicionamiento ideológico. Los grandes productores quieren el  volumen justo y  necesario para que los alimentos sean caros, para poder ganar más dinero  y que nadie se meta a proteger nada, ni a regular, ni a intervenir; libertad de mercados, cuanto más absoluta, mejor; más caro los alimentos, más ganancias para ellos. El equilibrio entre precio y volumen, es lo que busca cualquier gobierno sensato y popular, para balancear a las partes, en beneficio del conjunto. Para esto, interviene o regula, según sea necesario para el bien común, para que haya alimentos suficientes, a precios accesibles y con productos que cobren justo. Se entiende por qué decimos que el volumen se lo mide de acuerdo a la silla que cada uno ocupa en la mesa de la sociedad, y no sólo desde el sector que es parte de un debate más amplio, donde el  chacarero y la chacra mixta son dos auxiliares del pueblo en general, para ayudar a construir un  volumen diversificado, no monopólico, ni concentrado en pocas manos, y que hacen a la soberanía y seguridad alimentaria de la nación. Una cosecha de buen volumen de trigo, puede ser harina barata. Una mala cosecha de trigo, puede significar altos precios para los que lo producen, encarecimiento para los consumidores e inestabilidad política, para los gobiernos. Por lo tanto en materia de medida del volumen, lo que para uno es mucho, para otros puede ser poco, teniendo en cuenta además, la diferencias entre cultivos industriales y para consumo humano, y la cantidad de tierra productiva que se le  asigna a cada uno, detalle hoy, no menor, que debe analizarse a futuro con mucha responsabilidad: qué cantidad de tierra se destina a cada cosa.
  La medida, es la necesidad del país, lo que se necesita es lo que hay que producir, apuntalando primero al consumo interno y el remanente -ojalá sea lo más posible- para exportar y no al revés. Y esto no es un detalle accesorio, es central en el diseño de la política agraria. Debe tomarse como parámetro la productividad media, medida por hectárea, en condiciones de suelo similar, multiplicada por la cantidad de explotaciones, producida con la mejor tecnología disponible  y sobre la base del sentido común productivo. Y a partir de allí, hacer los cálculos y sacar las conclusiones. 


Salud y cosechas
Pedro Peretti
Divagaciones  sobre volumen y tamaño… en la actividad agropecuaria (parte 2)



El discurso del volumen

El discurso del volumen, como factor único y excluyente,  está íntimamente asociado a los pools de siembra, a los mega productores y a los empresarios buitres, que entran al negocio sin compromiso social y buscando sólo la rentabilidad fácil, a costa de los recursos ambientales.  El volumen es a los pools, lo que el tamaño de la explotación es al terrateniente: lo  define. El volumen marca el tamaño del cultivador múltiple, ¡produce tanta toneladas de soja!, ¡es un gran productor! En cambio, si de propiedad de la tierra se habla, se dice: tiene tantos cientos o miles de hectáreas de tierras, es un estanciero o  terrateniente, o un chacarero; y si no tiene nada, ¡es un sin tierra u ocupante precario! La incorporación del capital financiero, de la ciencia y la técnica en la agricultura hizo que se disociara ese concepto de que un gran terrateniente es un gran productor. Argentina tiene grandes productores de granos y carnes sin un metro de tierra propia. Lo usual –hoy- es que no siempre el gran productor, tenga la forma jurídica que tenga, sea un gran terrateniente; la mayoría de los terratenientes de nuevo y viejo cuño, son rentistas, o rentan la parte agrícola. Aun los que anteriormente, en las décadas del ‘60 o ‘70 cuando la tierra tenia baja productividad, la ganadería extensiva era lo dominantes y un productor de  hasta 2500 hectáreas de la pampa húmeda no se lo  consideraba terrateniente, hoy es un rentista potentado o un gran productor, gracias a la multiplicación de la productividad por hectáreas. Muchas de estas unidades empresariales a partir de la SD se reconvirtieron en mixtas y su parte de laboreo lo contratan con contratistas rurales. 


El tamaño en la tierra

  El hermano del volumen, es el tamaño. Y el tamaño tiene que ver con la tierra, con la cantidad que se posee. En la producción, el volumen va detrás del productor: primero se siembra, luego se cosecha y allí recién, se produce el volumen. Con la tierra es al revés, va por delante: tiene tantas hectáreas, es un terrateniente, o un chacarero, o un ocupante precario. No interesa el resultado productivo, siempre va ser un terrateniente, o lo que sea,  no depende de la naturaleza, ni de la lluvia, ni de nada. Es siempre igual, la cantidad define… puede ganar -más o menos-, puede ser mixto o no, producir mucho o poco, pero lo que define acá  es la cantidad de tierra. Va por delante,  si es un novel terrateniente producto de algún negocio exitoso o componenda poco clara, no interesa. La tierra es la tierra y la cantidad que se posee, define. Define,  tanto, el tamaño del “curro” o de la herencia, como del negocio legítimo. Da posición. No es lo mismo, 50 hectáreas, que 500 o 5000. No es lo mismo ser un productor con campo, que ser de campo, o ser un plantador de soja sin tierra. La tierra, aparte de ser un bien de rentas, es una fuente inocultable de prestigio y poder, y genera una cultura particular, ya sea por parte delos pueblos originarios, los criollos, los chacareros, o los estancieros. Cada segmento tiene su propia cultura y forma de  vinculación con la “madre Tierra”,  por eso decimos que…  el tamaño va por delante. No es lo mismo ser un chacarero de chacra mixta, o miembro de los pueblos originarios, que un estanciero de la rural. Ni política, ni social, ni culturalmente representan la misma cosa. Viven de distintas maneras, tiene gustos, hábitos y tradiciones distintas y por ende, tampoco defienden o tienen los mismos intereses. De allí que nadie pueda entender en toda su magnitud, la persistencia en el tiempo de la Mesa de Enlace. Porque una cosa es una alianza táctica circunstancial, por un conflicto puntual con el gobierno -cuestión impositiva mediante-, y otra es enajenarse en una alianza permanente con productores de  tamaños absolutamente distintos, con interese y culturas antagónicas. Sólo se puede entender si alguien se cambió de bando, pasando a  defender intereses distintos de los que dice representar. Alguien cambió de camiseta …así se entiende mejor.
  Pero lo que nos interesa remarcar acá es la cuestión del tamaño, su relación con el volumen y el orden de prelación diferentes que tienen  en cuanto su adjetivación para con el sujeto agrario. La conjunción de  volumen con tamaño, independientemente de su eficiencia productiva o no, depende la época. Explica buena parte de la tragedia no sólo del campo argentino, sino de nuestro país. Los poseedores de esa combinación han sido los responsables directos de la inestabilidad política que nos asoló durante buena parte de nuestra historia,  desde la independencia para acá y de las políticas de endeudamiento externo, libre importaciones y ultra liberalismo económico, que desindustrializó y enajenó al país en la década del ‘90. Por otra parte, la diferencia en la difusiones públicas sobre  volumen y tamaño, difieren totalmente: mientras los volúmenes productivos son ampliamente difundidos y amplificados por todos los voceros del libre mercado, el tamaño es celosamente ocultado, les da vergüenza , temor, o por simple picardía es que esconden “la grasa”; tienen miedo que le pregunten, ¿cómo lo lograron o si pagaron los impuestos? Nunca se sabe quién es el dueño de  la tierra en Argentina, es uno de los secretos mejores guardados, quién y cuánto tienen  en propiedad territorial. Es imposible saberlo, más cuando hay poco o nula  decisión política de “querer saber”. Se hacen sociedades tipo mamushka,(una dentro de otra, y así varias) se las inscribe en Uruguay, se ponen testaferros, se hace cualquier tipo de combinación jurídica con tal de que no se sepa, cuánta tierra tienen, ni cómo la tienen. Es más, se hacen pasar por chacareros, quieren apropiarse de ese término porque tiene consenso  social. No quieren ostentar, por lo general, pero no por modestia o pudor, sino por miedo a que se sepa cómo lo hicieron, a que le pregunten o investiguen el origen de semejantes extensiones, difíciles de explicar como fruto del trabajo familiar. Nadie junta miles de hectáreas con los brazos, o con un trabajo normal.

Salud y cosechas
Pedro Peretti
Divagaciones sobre volumen y tamaño… en la actividad agropecuaria


  Al  neoliberalismo le  gusta  mucho hablar  de volumen producido y comercializado,  y poco -o nada-  del tamaño de las  explotaciones y de la propiedad de la tierra. Esto directamente lo esconden, lo soslayan, les da pudor mostrar lo grande que son, quieren pasar lo más desapercibido posible. Es la forma de que no se note la concentración  y  les cuenten las costillas. LA CONSTRUCCIÓN DEL VOLUMEN, DE QUÉ MANERA SE HACE, CÓMO Y CON QUIÉN, ES LO QUE DEFINE Y CARACTERIZA UNA POLÍTICA AGROPECUARIA. LA MARCA A FUEGO.

  El volumen, a secas, es un vocablo que fascina a  los analistas agropecuarios  neoliberales, nacionales y extranjeros, y también subyuga  a los responsables de las grandes compañías exportadoras de granos: más volumen significa más cereal, más actividad bursátil, más negocios, más rentabilidad. Para ellos, el volumen es un término de análisis absoluto, por sí solo dice todo, poco importa si ese volumen lo hace  uno, cien, mil o cien mil, es lo mismo, lo importante es que haya y mucho; más hay, más comisiones se cobran.
  Desde el Estado, el volumen también tiene sus miradas y dice mucho de los gobernantes: los  números, cómo y quiénes lo  consiguen. Son una muestra muy  gráfica de la política agraria, si la mirada es sólo fiscal -es decir, de  estricta coyuntura- sobre  el volumen, significa más recaudación, mejor presupuesto, y poco importa los cómo,  los cuántos y los dónde. Es venga la “plata”, después vemos cómo arreglamos el suelo, las migraciones rurales, el desmonte… No interesa. Al igual que todo lo que chorrea, que se denominan con el eufemismo: daños colaterales. Y de colaterales no tienen nada. Son centrales. Dejan secuelas por generaciones. Pero lo que importa es “la bolsa”. Ahora, si quienes gobiernan tiene una mirada de más largo plazo, estratégica, tienen definido un proyecto de país y un plan de gobierno, el volumen es un componente importante -pero no exclusivo, ni excluyente- de los  otros puntos de análisis, que hacen al desarrollo integral y armónico del sector, y del país.
  El volumen siempre tiene un costado positivo, pero no se debe  analizar en forma autónoma, sólo por el número, porque si es de monocultivo es una cosa; si es de concentración y lo hacen pocos productores es otra; si es la suma de miles representa otra; si es volumen, en un  marco de  diversidad productiva, con rostro humano, sin concentración  y con  cuidado ambiental, hay que aplaudir. Volumen y tamaño,  si  bien no son  términos estrictamente  hermafroditas, tampoco son  dicotómicos, van generalmente (no siempre)  hermanados, y los dos se ayudan mutuamente, y aportan diferentes costados que colaboran en   ponerle  precisión al análisis, de   cada situación específica de la producción agraria. En muchos aspectos, el tamaño hace a la forma de conseguir el volumen, aunque no necesariamente se puede y debe asociar al volumen con buenos rindes o mucha productividad. La explotación chica y mediana puede hablar de buenos rindes o alta productividad por hectáreas, pero le cuesta el  volumen, debe  sumar a otras semejantes para llegar a ser importante en cantidad. Lo volumétrico, de qué forma se llega, cómo se consigue,  tiene que ver con el tamaño de la explotación, pocos productores grandes pueden sacar muchos volúmenes, muchos productores chicos pueden obtener alta productividad por hectárea,  pero no volumen. No es esta una disquisición teórica  filosófica, sin sentido, es esencial a la hora de diagramar una política agropecuaria, tener en claro estas definiciones.  Y  es la  parte sustancial de todo el discurso neoliberal agrario, que le adjudica a los volúmenes de producción,  la panacea que cura todos los males  y lo ponen como  una de las causas del hambre en el mundo; situación por demás de perversa, cuando en el mundo más se produce, más hambre hay, plantean  producir más, pero no quieren discutir las distribución de la riqueza, que es la verdadera causa del hambre en el mundo.
  Hablan mucho de volúmenes producidos, sin desagregar tamaño, quiénes lo hicieron, cómo lo hicieron, dónde lo hicieron, sin diferenciar zona, tipo de suelo, si es monocultivo o mixto y sólo a partir de la escala. Sacan conclusiones que no siempre son correctas para quienes vemos a la agricultura como un servicio cuasi público, que necesita rentabilidad  para ser sustentable, a diferencias de  quienes la ven exclusivamente como un negocio, y poco les importa si es sustentable en el tiempo.


Los chacareros siempre aportan al volumen



 Los chacareros siempre producen (no confundir con plantadores de soja), muchísimos se fundieron trabajando, está en el ADN primigenio de los pequeños y medianos productores, la idea de que hay que sembrar, porque la mesa de nuestros compatriotas depende de lo que nosotros producimos. La agricultura buitre de monocultivo y capital financiero, sólo siembra si gana, si no, se va a otro “palo”. Es la diferencia filosófica que hay entre un chacarero, que da la vida por su pedazo de tierra y  conoce hasta la última laguna o pozo, y  un plantador de soja sin arraigo, sin compromiso, cuyo único y excluyente objetivo  es ganar plata, aún a costa de destruir el suelo y todo lo que lo rodea. ¿Saben por qué un chacarero, con chacra mixta  siempre siembra y puede seguir sembrando, aún cuando los mal llamados eficientes, mega productores, o  pools de siembra, se van, porque no es rentable o pierden plata? Ellos se quedan, siempre se quedan… ¿Por qué?... Porque la chacra mixta  es un TODO INTEGRAL,  une vivienda,  producción para consumo y para el mercado,  granos con carnes, sustitución en  la casa de muchas cosas que se ahorran de comprar,  tiene menores costos operativos y de vida, y produce más y mejor que la agricultura concentrada. Cualquiera sea su forma jurídica, une lo cultural, lo productivo, lo ambiental, el arraigo, el empleo. Tiene tantas ventajas que parece mentiras que los gobernantes glorifiquen a los pools y no se percaten de este instrumento tan útil y eficaz que es la chacra mixta. Es cierto, tiene menos glamour que los Grobos o el Tejar, o quizás, no ayuda a convertirse en miembro de la Sociedad Rural. Pero es mucho más eficiente, noble y nacional que todos los nuevos instrumentos que nos quiere vender la concentración económica, para hacernos creer que es bueno para el país que pocos ganen mucho, que esa es la forma de  producir  más,…y que esa riqueza en algún momento se  va a derramar a todos los argentinos. La teoría del derrame  vendría a ser algo así como acostarse debajo de un parral, abrir la boca, y  esperar que caiga una uva, para poder comer, mientras otros -que juntan la uva y la transforman en vino- nos dicen: “tranquilo, sigan esperando, con paciencia y  la boca abierta, que ya se  va a caer una y ahí sí, ¡esa sí  la distribuimos!  Es la famosa teoría del derrame que predica el libre mercado vernáculo. Y cuando la teorizan y lo proponen,  no se sonrojan, “ojo” hay que tener cara para bancar semejantes dislates argumentales. Y  no sólo eso: hacen seminarios, debaten,  se citan y se premian  entre ellos, con una  grandilocuencia, que parece que hubieran descubierto la teoría de la relatividad, no que estuvieran destruyendo ciento de miles de chacras. Y con voz impostada de gravedad nos dicen: “hay que producir más, ser más eficiente y eso sólo se consigue con la escala”. Nos cuentan la historia, como si nos estuviesen haciendo un favor al hacerse millonarios, lo transmiten de una forma tal que pareciera que se sacrifican  y ganan plata, como  una obligación moral y  patriótica… Se hacen ricos por la patria, por nosotros, para que seamos más felices. Y nosotros -que somos ingratos y desagradecidos de tamaño esfuerzo-, no razonamos, no los entendemos, y no los ponemos en el lugar que ellos se merecen… Al lado de San Martin y Belgrano. Quieren que los glorifiquemos como a San Martin y Belgrano, hablan de la segunda revolución de las pampas.  Alguno de ellos propuso cambiar el nombre de Avenida del Libertador por Siembra Directa, no se crean  que invento o exagero. Nada de eso, (ver Artículo Diario la Tierra diciembre del 2005, Grobocopatel y la Avenida de la Siembre Directa. Si no fuesen trágicas semejantes sandeces, moverían a risa, dignas de alguna novela de García Márquez. Pero están a punto liquidar 150 años de colonización agrícola, y no es “joda”. Me pregunto… ¿podemos en Argentina, ser tan giles de comprar semejante buzón y permitir que barran a todo el interior productivo, se hagan millonarios, concentren y despueblen a todo el interior, y encima nos cuelguen el sambenito de inútiles, ineficientes y desagradecidos?


No subestimamos el volumen y seguimos  luchando contra el tamaño

Es importante aclarar-por si no lo quedo- que no subestimamos el volumen, todo lo contrario. Ojalá siempre cosechemos muy bien -nadie siembra para sacar menos o poco- y podamos entre muchos, generar  volumen,  tanto para el consumo interno como para la exportación, que no es lo mismo que entre pocos generen mucho volumen. Ya sea por la combinación de mucho campo y poca  productividad -propio de las década del 50 al 80-, u hoy que con  mucho  o poco campo se obtiene altos rindes por hectárea, nada tiene hoy que ver la alta productividad con el tamaño de la explotación. Para generar  volumen, hoy es  necesario tener alta productividad, para lo cual todo  lo que se invierte en ciencia y técnica es determinante. Ya demostramos (ver capítulo  “Volver hoy es más fácil que en los ochenta”) que el tamaño de la explotación poco tiene que ver con la alta productividad, todo lo contrario, nada mejor que la pequeña y mediana propiedad  agraria para hacer agricultura científica, eficiente, ya que hoy puede acceder a la misma tecnología y conocimientos técnicos, tanto un gran productor como uno pequeño.  Es la propiedad familiar, sin duda, el tamaño ideal para hacer agricultura, de ambiente y precisión, y desde allí aportar al volumen: muchos produciendo mucho. Por eso decimos que, al volumen no lo subestimamos, queremos resignificarlo, que es otra cosa, y ponerlo en su correcta dimensión, porque  no todo volumen representa lo mismo, ni se construye igual.

Salud y cosechas
Pedro Peretti

martes, 20 de agosto de 2013

El origen de la Chacra Mixta

La más importante víctima productiva del proceso de monocultivo inducido con concentración económica es la chacra mixta, más que el chacarero, pues muchos arriendan para sembrar soja y desaparece así, la chacra mixta y el chacarero e ingresan en la categoría rentista. Instrumentos centrales de la vida de los pueblos del interior profundo, el chacarero y la chacra mixta de la producción diversificada, eran los que hacían girar la rueda virtuosa de la economía de los pueblos y generaban no sólo producción, sino arraigo, ocupación territorial del país, un vasto momento cultural y social, que era pilar indispensable en la defensa de la soberanía nacional y la seguridad alimentaria de la nación. Junto con su declive, se incrementaron las migraciones rurales y cerca de 600 pueblos localizados en las zonas agronómicas más ricas de la Argentina quedaron al borde de la desaparición física.
Hay que disociar el proceso de concentración de tierras y disminución de explotaciones de la década del ’90  con la desaparición de la chacra mixta, del proceso post devaluatorio del 2001, pues el monocultivo y los pooles intensifican el proceso rentista de los pequeños y medianos productores, destruyendo así, a la chacra mixta. Al no existir un registro de productores que divida los rentistas de los activos, y dentro de los activos quienes tienen producción mixta -que no es lo mismo que rotar los cultivos- no se puede ver con detalada precisión el proceso. Pero el número de hectáreas sembradas en la pampa húmeda y la pérdida de 12000000 hectáreas sin diversas fuentes confiables que la agricultura le arrebató a la ganadería en la pampa húmeda, son una medida bastante aproximada de que el cóctel de monocultivo y pooles o megaproductores más el libre mercado, fueron letales para la tradicional chacra mixta argentina.


Puede destruirse una chacra mixta y seguir siendo productor de soja.
Monocultivo en el desarrollo agrario argentino

Dijimos –y lo decimos- que no hay monocultivo bueno y sustentable en el tiempo, aunque genere en forma temporaria buenos números finales y privados. Y los argentinos, si repasamos nuestra historia, veremos que la primera quiebra del monocultivo fue la de la ganadería que terminó con el pacto Roca-Runciman (1932). Por entonces, la agricultura agraria sufría un permanente estancamiento de su producción, una súper explotación de sus chacareros y obreros, en manos de una oligarquía terrateniente que había introducido la agricultura con el sólo objeto de implantar pasturas, para seguir abasteciendo a la ganadería que, como la soja hoy, era casi exclusiva (monocultivo) en la producción.
A los efectos de ilustrar este proceso evolutivo, se pasa revista a las ocho etapas del desarrollo argentino hasta 1955. Difusión del ganado (hasta 1960), las vaquerías (1600-1750), la estancia colonial (1750-1810), el saladero (1810-1850), el ovino (1850-1900), el frigorífico (1900-1920), la agricultura (1920-1940) y la industria liviana (1940)[1]. La ganadería era la principal actividad del campo, hasta que el monocultivo de un solo cliente (Gran Bretaña) dijo basta y fijó las condiciones ominosas para el país del puerto de entrega. ¿Qué pasaría hoy si el sudeste asiático quiere renegociar sus condiciones de compras con una Argentina volcada al monocultivo?
Giberti no analizó en profundidad el rol de la chacra mixta porque no alcanzó a ver el monocultivo de soja. Pero buena parte de la agricultura de principios de siglo hasta entrando los años ’40 era un complemento de la ganadería. “Los estancieros bonaerenses, tocados más de cerca en virtud de su proximidad a los frigoríficos, carecían de personal idóneo y de elementos para trabajar la tierra. Optaron entonces por entregar parcelas de sus estancias en medianía o parcería, o por arrendamientos a inmigrantes sin capital que llegaban en cantidad, atraídos por el vertiginoso desarrollo argentino. Estos inmigrantes se dedicaban a la agricultura sobre dichos campos vírgenes, por períodos breves (tres años, por lo general) para alfalfarlos al fin del lapso convenido, con lo cual lo restituía al propietario potreros de gran receptividad ganadera”[2]. Sigue Geberti explicando en este proceso la concentrada aparición del lino entre las exportaciones agrícolas. Se rompía  el campo virgen con lino y terminaba el contrato sembrándolo con alfalfa y dejando el campo empastado. … que pasa de 72000 hectáreas en 1905/06 a más de 1000000 cinco años después.
Como vimos el proceso del monocultivo es parecido: ahora el rol de los chacareros, lo cumplen los contratistas y el de los frigoríficos, las aceiteras, en lugar de vacas, soja y en vez de Gran Bretaña, es China y el sudeste asiático. Demasiada similitud, para reflexionar acerca de la necesidad imperiosa de diversificar productivamente y desconcentrar económicamente: miles de chacras mixtas, agregando valor en el origen, transformando granos en carnes y carnes en productos elaborados, es el camino irrenunciable de un modelo agrícola nacional y popular, que genera trabajo decente y distribuye riqueza con arraigo.



[1] HORACIO GEBERTI. “El Desarrollo Agrario Argentino”. Ed. Eudeba, 1964.
[2] HORACIO GEBERTI. “El Desarrollo Agrario Argentino”. Ed. Eudeba, 1964. Pág. 31